miércoles, 10 de diciembre de 2014

Madres Primerizas VS Madres Veteranas

¿Tienes dos o más hijos? ¿Y eres tan cándido como para pensar que los estás criando de la misma manera? Por mucho que queramos tratar a nuestros hijos igual no es lo mismo afrontar la paternidad por primera vez, con todos sus miedos, neuras e inseguridades, que la segunda, cuando ya estás de vuelta de todo. Y no hablemos del tercer o del cuarto...

Mujeres que tenéis dos o más hijos, ¿cuántas veces habéis pronunciado esta frase?: “No sé qué pasa, que los crías igual… pero te sale uno de cada padre”. Tus amigas, entonces, asienten comprensivas. A ellas les pasa lo mismo y tampoco lo entienden. Es un misterio digno de Cuarto Milenio. ¡Si hemos hecho lo mismo! ¿Qué es lo que ha pasado? Serán los genes…


Pero ahora, entre tú y yo: ¿de verdad lo has hecho TO-DO igual? Quizá deberíamos analizar las pequeñas diferencias, como dice John Travolta en Pulp Fiction:

Diferencia #1: Las fotos

Tienes chorrocientas mil fotos de tu primer hijo en todas las actitudes posibles: Su Primera Foto En El Hospital, Su Primera Papilla, Su Primer Día De Cole, Su Primer Pis En El Orinal, La Primera Vez Que Se Rascó El Ombligo Porque Le Picaba Un Poco, etc… Muchas las tienes enmarcadas y desperdigadas por toda la casa y otras las tienes guardadas en ese álbum tan cursi que alguien te regaló cuando pariste y en el que puedes encontrar hasta un mechón de Su Primer Corte De Pelo. Por no hablar del book de fotógrafo profesional que le hiciste y el pastón que te gastaste en copias para que todos tus familiares pudieran lucirlas con orgullo en el mueble de la entrada. Ahora, pregúntate: ¿cuántas fotos tiene el segundo? Respuesta: me juego lo que quieras a que ni la tercera parte. Menos mal que llevamos el móvil encima porque de otro modo no tendríamos ni la décima.

Conozco a segundos que nacieron en la década de los 70 y cuyos padres apenas tienen pruebas de su paso por este mundo. Las pocas fotos que tienen los segundos del siglo XXI las vas colgando en la nube cuando te toca vaciar la memoria del teléfono. Ni se te pasa por la cabeza el imprimirlas, hasta que un día, el pobre se te acerca y pregunta poniendo cara del gato de Shrek: “Mamá, ¿por qué yo no tengo casi fotos?”. Entonces se te parte el alma y te propones hacer una compilación de las más bonitas, llevarlas a imprimir, comprar un álbum de Anne Geddes con un bebé disfrazado de tulipán embutido en una maceta y etcétera, etcétera…

Pero no.

Si no tienes fotos de tu segundo hijo siempre puedes imprimir una de esas que rulan por Internet y pixelar la cara. “Cariño, no se te ve bien porque era un día un poco nublado”.

Diferencia #2: Cuestiones de higiene y salud

Con el primer hijo todo te angustiaba: unas décimas de fiebre, un llanto de madrugada, una caída, un rasguño que se podía infectar, una manchita que le había salido en el culo…

La frase “puede que tenga un cólico del lactante” te daba más miedo que la escena de la pelotita en “Al final de la escalera”.

Los del centro de salud estaban de ti hasta las narices y lo más probable es que hayas llegado a desplazarte hasta urgencias de madrugada porque no dejaba de llorar y tu hijo acabara durmiéndose en el coche.

¿Qué pasa cuando el segundo tiene unas décimas de fiebre? Respuesta:

Dalsy o Apiretal. ¿Qué pasa cuando se cae? Respuesta: Betadine y tirita si tiene suerte y si no, te chupas el dedo y le limpias la sangre, que la saliva desinfecta. Cuando al mayor se le caía el chupete al suelo sacabas el de repuesto -previamente esterilizado y protegido en una cajita de plástico- y se lo ponías. Cuando se le cae al segundo, te lo frotas en el abrigo y a la boca otra vez. Que se tienen que inmunizar, oye.

Luego las madres veteranas nos quejamos de que el segundo es un cochino comiendo pero ¿alguien le enseñó a coger un cubierto?

Diferencia #3: La ropa

El primero siempre iba de estreno y recibió un montón de regalos al nacer. Tantos, que todavía tienes ropa guardada con las etiquetas porque no te dignaste ni a devolverla a la tienda. El segundo, excepto algún regalo, lo ha heredado todo del mayor. Los vaqueros no le llegan al tobillo, lleva rodilleras en los pantalones del uniforme y el baby con una mancha de tinta en el bolsillo que data de 2005.

Otro fenómeno asociado a la ropa es que con el primero te preocupaban mucho las manchas y siempre debía ir perfectamente limpio y combinado. Lo peor que te podía pasar es que te pidiera un cucurucho de chocolate y se te hubieran acabado las toallitas porque ¡las servilletas de las heladerías son menos absorbentes que el papel de fumar! (Ya era hora de que alguien lo denunciara).

El segundo, por otro lado, a veces se mete en unos fregaos que la madre que está a tu lado en el parque te dice: “Oye, que el nene se ha metido en el estanque de los patos y está jugando con el limo” o “tu hijo se ha comido ya tres hormigas” y tú levantas la vista del libro y contestas algo tipo: “déjalo que coma proteínas que tanto hidrato no es bueno”.


Bebé de primeriza para salir a pasear por el parque en el mes de junio.

Diferencia #4: El colegio

Participaste acaloradamente en las reuniones de padres debatiendo sobre los peligros de beber en la fuente del colegio, como si nuestros hijos sólo fueran dignos de beber agua de un manantial que nace en las cumbres del monte Fuji cuando florecen los cerezos. Sabías qué comía cada día porque tenías el menú del comedor colgado en la puerta de la nevera. Ibas a hablar con la tutora cada dos por tres, preocupándote sobre los avances de tu primogénito en el arduo campo de la lectoescritura, corregías su forma de coger el lápiz y borrabas horrorizada cualquier trazo que sobresaliera 1mm de la pauta Montesori. Y, por supuesto, pasaste todas las tardes que pudiste a su lado haciendo los deberes y estudiando para cada uno de sus exámenes como si estuvieras volviendo a sacarte el graduado. Vamos, que si te llaman para el concurso ese de “¿Sabes más que un niño de Primaria?” lo petas.

Pero ahora… cuando vas a una reunión te la pasas cachondeándote de las ocurrencias de las primerizas con la veterana de turno y deseando que se acabe pronto para poder ir a beberte unas cervezas. Has silenciado el grupo de whatsapp que tienes de la clase del segundo porque cada día recibes cientos de mensajes de madres indecisas aterrorizadas ante cualquier instrucción de la tutora. Y es que a las tutoras ya les vale, ¿cómo se les ocurre pedir cosas tan complicadas como comprar una camiseta roja para el festival? Tú te pasas el resto del día en tensión y a la hora y media empieza el simposio (digno de acalorados debates intelectuales de la 2): “¿manga corta o manga larga finita?”, “¿ajustada o ancha?, “¿cuello redondo o de pico, es que el mío suda mucho”, “pues a la mía el rojo no le gusta, ¿si se la pongo rosa será lo mismo¿ Están dentro de la misma gama”, “chicas, la he encontrado en Zara por 2,95€”.

¡ARGHHHHH!

A ti, que la acabas de sacar del cajón del mayor con la etiqueta, te entran ganas de arrancarte un ojo, meterte un dedo por la cuenca y hurgar en el cerebro hasta encontrar el botón ON/OFF.

El primero lo crías sólo TÚ; el segundo se cría SOLO; el tercero lo cría el PRIMOGÉNITO y el cuarto… ¿cómo se llamaba el cuarto?

Diferencia #5: La hora de irse a la cama

Tu libro de cabecera era Duérmete, niño. Te lo has leído tres veces por lo menos y sólo se te ocurrió ponerlo en práctica cuando descubriste que eso de que tu hijo de 15 meses tuviera que dormir a tu lado mientras te metía un dedo en la boca y te hacía nudos en el pelo no podía ser normal.

Durmió en tu habitación -probablemente en tu misma cama- hasta casi los tres años. Cuando conseguías dormirlo, te levantabas muy despacito, arrastrándote como Leonardo DiCaprio con sobredosis de Lemmons y te ibas a ver la tele a un volumen tan bajito que acababas con tortícolis de estirar el cuello para poder oírla. Bueno, y con el walkie al lado -aunque tu casa tenga apenas 60 metros cuadrados- porque podía ahogarse en su propio vómito a lo Jimmi Hendrix.

El segundo duerme en su habitación casi desde el principio y te limitaste a dejarlo en la cuna, decirle “¡buenas noches!”, darle un besito y ¡hale! Toda la noche del tirón. Maravillas de la ciencia.

Al primero no le dejabas dormir a deshoras para no alterar tus estrictos horarios, dignos de una academia militar. Si en el trayecto a casa veías por el retrovisor que el pobre estaba cerrando los ojos, te ponías a cantar y a dar palmas como una loca para despejarle porque ¡¡NO-HAY-QUE-DEJARLES-DORMIR-A-PARTIR-DE-LAS-CINCO-QUE-POR-LA-NOCHE-NO-DUERMEN!! Eso te daba más miedo que mojar a un gremlin verde. Al segundo más de una vez te lo has encontrado a las siete de la tarde, durmiendo de rodillas con la cabeza apoyada en el sofá y una muñeca en la mano. ¿Y qué has hecho? Pensar “qué mono…”, le has acostado bien, le has tapado con una mantita y ¡a otra cosa mariposa!

A una primeriza le aterroriza dormir con su bebé “por si se acostumbra”. La veterana invitaría a su cama a sus hijos y hasta los del vecino un sábado de madrugada.

Y ahora, la reflexión final: si eres primeriza seguramente te habrás llevado las manos a la cabeza creyendo que exagero. Hablaremos dentro de cinco años, tu perspectiva habrá cambiado te lo aseguro. Y, si eres veterana como yo, seguro que de vez en cuando te descojonas con las amigas cuando recuerdas lo histéricas que éramos.

Y es que ser madre es un grado. ¡Ah! Y lo nuestro no es dejadez, es pragmatismo.

Autora: Paloma Aínsa

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