jueves, 5 de junio de 2014

Fuera el mal humor

Diez minutos de soledad pueden impedir que perdamos los nervios con nuestro hijo por un mal día. Se puede vencer el mal humor.

Que tire la primera piedra la madre o el padre que alguna vez no ha perdido los nervios sobrepasado por alguna situación y ha descargado su mal humor, sin querer, sobre sus hijos. Ese malestar explota muchas veces ante actos muy cotidianos en casa: porque ese día el niño no ha comido bien, o está más desobediente, o se pelea con su hermano, o porque el profesor ha llamado a casa porque se ha portado mal en clase… Esos comportamientos pueden sacar de quicio, pero hay que tener en cuenta que los niños requieren una atención especial y tienen menos recursos y experiencias para afrontar y responder de forma adecuada. Es decir, los más pequeños también pueden tener un mal día, pero somos nosotros los padres, los adultos, quienes debemos manejar la situación.

El mal humor nos domina por dos motivos. El estrés continuo y diario provoca mal humor y, por eso, estamos más irascibles, pero también la frustración puede generar mal humor, enfadarnos y tener que reprimirnos.


 Pautas para evitar que el mal humor repercuta directamente a nuestros hijos:

  • Identificar que el mal humor ha hecho presa de nosotros: Una forma fácil de saberlo es preguntarnos a nosotros mismos, antes de llegar a casa, ¿qué me apetece?: encontrar un motivo para discutir (“seguro que el niño no ha hecho los deberes” o “va a dar problemas en la cena”) o prefiero hacerle cosquillas y jugar un rato con él.
  • Reconocer y aceptar ese malestar.
  • De camino del trabajo a casa, podemos aprovechar para hacer algo que nos produzca placer: desde escuchar nuestra música preferida en el coche, leer un libro en el bus, saltarse un trayecto e ir andando… Eso rebaja el mal genio.
  • Si es necesario, al entrar en casa, busquemos un momento de desconexión («intentar el contacto continuo con los niños es un error. Diez minutos de soledad y aislamiento en otra habitación es suficiente. Pensemos en algún lugar especial, cerremos los ojos, o simplemente contemos hasta veinte o miremos el cielo. Pero antes de todo eso, tenemos que cerciorarnos de que los niños están seguros en otro sitio de la casa.
  • Si nuestra pareja está en casa, podemos acostarnos unos minutos, relajarnos y ponosern una toallita con agua fría sobre la cara.
  • Para esas ocasiones que nos sentimos desbordados, se recomienda tener una actividad o un juguete especial que entretenga y divierta a los niños, así tendremos la oportunidad de relajarnos un poco.
  • De forma general, conviene disponer de un espacio personal o de un hueco a la semana para nosotros mismos, sin niños ni pareja, para practicar algún deporte, tomar un café con algún amigo o cualquier cosa que nos apetezca.
  • Si con todo esto no controlamos el mal humor y sentimos que vamos a explotar, mojémonos la cara y respiremos con el diafragma, tomando aire por la nariz y expulsándolo por la boca, varias veces. Baja muchísimo el nivel de hiperactividad.
  • Si no conseguimos contenernos y explotamos, cuando estemos calmados pidamos perdón a nuestro hijo, explicándole por qué estamos disgustados. También es aconsejable que nuestros hijos nos cuenten cómo se han sentido para ayudarles a manejar esa situación.

Hay que tener en cuenta que los padres somos un modelo para nuestros hijos y, por tanto, estos copiarán cualquier respuesta.

Si estamos estresados y les gritamos, ellos van a hacer lo mismo; si los tratamos con desprecio o cuando nos enfadamos con ellos no lo expresamos y estamos un día sin hablarles, ignorándoles, cuando se dé la situación contraria, es decir, cuando nuestro hijo tenga un problema que le provoque estrés, no podemos pretender que se acerque a nosotros y nos lo cuente.

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